domingo, 12 de marzo de 2017

La Narración

Español Grado 7° 2017 


La Narración

Es la manera de contar una serie de acciones realizadas por unos personajes en un lugar determinado a lo largo de un tiempo y con diferentes acciones. 


Partes de la narración: 

  • Inicio: Se cuenta quiénes son los personajes, dónde y cuándo transcurre la historia y cuál es el problema que les afecta.
  • Nudo: Se desarrolla el problema que afecta a los personajes, narrando todas las acciones que realizan los protagonistas para resolver dicho problema. En los relatos largos es la parte más extensa, y está formado por múltiples episodios.
  • Desenlace: Se narra el resultado final, en otras palabras, si el personaje resuelve finalmente dicho problema.


Elementos de la narración: 

  • Personajes: Persona que aparece en la historia.
  • Acciones: Las que realiza cada personaje.
  • Tiempo: Las acciones que realizan los personajes transcurren en un periodo de tiempo largo o corto, no suceden todas a la misma vez.
  • Espacio: Los hechos ocurren en algún lugar. Los personajes pueden desplazarse a distintos sitios, por lo que el espacio cambia.
  • Narrador: El narrador contempla y cuenta los hechos que suceden de una manera ordenada, y en ocasiones juzga lo que sucede. En otras ocasiones se desconoce quién es el narrador, pero se conoce su existencia.


Tomado de: https://es.wikipedia.org/wiki/Narraci%C3%B3n




Tomado de: https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgQ3EVRrRfHRb2mN6hCihZJSU-8c93cE3ivpv5bk8K3AxNlULIME7dz-zdBd6eRcP_NU6zGvqKH_RVAGmwj0Bnd9ey6oDGCLNJtBxJYvNQGABMKLQzTWt29dq3Mc4NXKeqQNEkFrJ407ss/s1600/LA+NARRACION.png


KERITY, LA CASA DE LOS CUENTOS



El Judío Errante 

Rudyard Kipling


-Si das una vuelta al mundo en dirección al Oriente, ganas un día -le dijeron los hombres de ciencia a John Hay. Y durante años, John Hay viajó al este, al oeste, al norte y al sur, hizo negocios, hizo el amor y procreó una familia como han hecho muchos hombres, y la información científica consignada arriba permaneció olvidada en el fondo de su mente, junto con otros mil asuntos de igual importancia.
Cuando murió un pariente rico, se vio de pronto en posesión de una fortuna mucho mayor de lo que su carrera previa hubiera podido hacer suponer razonablemente, dado que había estado plagada de contrariedades y desgracias. Es más, mucho antes que le llegara la herencia, ya existía en el cerebro de John Hay una pequeña nube, un oscurecimiento momentáneo del pensamiento que iba y venía antes que llegara a darse cuenta de que existía alguna solución de continuidad. Lo mismo que los murciélagos que aletean en torno al alero de una casa para mostrar que están cayendo las sombras. Entró en posesión de gran-des bienes, dinero, tierra, propiedades; pero tras su alegría se irguió un fantasma que le gritaba que su disfrute de aquellos bienes no iba a ser de larga duración. Era el fantasma del pariente rico, al que se le había permitido retornar a la tierra para torturar al sobrino hasta la tumba. Por lo que, bajo el aguijón de este recuerdo constante, John Hay, manteniendo siempre la profunda imperturbabilidad del hombre de negocios que ocultaba las sombras de su mente, transformó sus inversiones, casas y tierras en soberanos¹, sólidos, redondos, rojos soberanos ingleses, cada uno equivalente a veinte chelines. Las tierras pueden perder su valor, y las casas volar al cielo en alas de llama escarlata, pero hasta el Día del Juicio un soberano será siempre un soberano, es decir, un rey de los placeres. Poseedor de sus soberanos, John Hay hubiera querido gastarlos uno a uno en aquellos toscos placeres que su alma amaba, pero le obsesionaba el miedo a una muerte cercana; el fantasma de su pariente se erguía en el recibidor de su casa, junto al perchero, gritándole escaleras arriba que la vida era corta, que no había esperanza alguna de que los días pudieran prolongarse, y que los sepultureros habían comenzado ya a cepillar el ataúd del sobrino. Por regla general, John Hay estaba solo en casa, pero incluso cuando tenía compañía sus amigos no oían al tío vocinglero. Dentro de su cerebro, la sombra se hizo más amplia y más negra. El temor a la muerte estaba enloqueciendo a John Hay.
Y entonces, desde las profundidades de su mente, donde había almacenado toda la información no utilizada para fines inmediatos, surgió la idea del dato científico del viaje hacia Oriente. Cuando de nuevo su tío le gritó escaleras arriba que se apresurara a vivir, una voz más aguda le respondió en un grito: «Aquel que da la vuelta al mundo en dirección al este gana un día».
Su timidez y desconfianza crecientes respecto de la Humanidad le impidieron comunicar su preciado mensaje de esperanza a sus amigos. Podían apropiarse de él y analizarlo. Estaba seguro de que era verdad, pero le hubiera dolido intensamente que manos rudas lo sometiesen a un examen demasiado minucioso. Solo a él, entre todas las generaciones sufrientes de la Humanidad, se le había revelado el secreto. Sería impío -contra los designios del Creador- poner en marcha a toda la Humanidad hacia el este. Además, ello supondría abarrotar los barcos de vapor, de forma inconveniente, y John Hay deseaba estar solo, por encima de todo. Si pudiera dar la vuelta al mundo en dos meses -había leído que alguien, cuyo nombre no recordaba, lo había hecho en ochenta días- ganaría un día entero, y si seguía haciéndolo sin parar durante treinta años, ganaría ciento ochenta días, o casi la mitad de un año. No sería mucho, pero en el transcurso del tiempo, a medida que avanzara la civilización y se abriera el ferrocarril del valle del Éufrates, podría incrementar su ritmo.
Provisto de muchos soberanos, John Hay, en el trigésimo quinto año de su vida, emprendió sus viajes, con dos voces que le acompañaron desde Dover, mientras navegaba hacia Calais. La fortuna le favoreció. El ferrocarril del valle del Éufrates acababa de ser inaugurado y fue el primer hombre que tomó un billete directo de París a Calcuta: trece días en tren. Trece días en tren no son buenos para los nervios, pero siguió recorriendo el mundo y volvió a Calais desde América en doce días menos de los dos meses que se había propuesto, y volvió a empezar, con veinticuatro horas de tiempo precioso en su haber. Pasaron tres años y John Hay siguió dando religiosamente la vuelta al mundo, buscando más tiempo en el que gozar del resto de sus soberanos. Llegó a ser conocido en muchas líneas transatlánticas como el hombre que siempre quería seguir adelante; cuando la gente le preguntaba qué hacía, contestaba:
-Soy la persona que tiene el firme propósito de vivir para siempre y estoy tratando de llevarlo a la práctica.
Sus días se dividían entre la observación de la blanca estela de la hélice tras la popa de los más veloces vapores y la contemplación de la tierra parda que, como un relámpago, resplandecía por las ventanas de los trenes más veloces; y en un cuaderno anotaba cada minuto que había arrancado o sustraído a la implacable eternidad.
-Esto es mejor que rezar por una larga vida -decía John Hay, mientras volvía su rostro hacia Oriente.
El paso de los años le había ayudado más de lo que había imaginado; mediante la extensión de la línea del valle del Brahmaputra hasta entroncar con la recientemente creada de la China central, el billete de ferrocarril de Calais le llevaba hasta Calcuta y Hong Kong, vía Karachi. El viaje completo se podía hacer en poco más de cuarenta y siete días y, presa de una exaltación fatal, John Hay le contó el secreto de su longevidad a su única amiga, su ama de llaves, que se ocupaba de su residencia en Londres. Él habló y desapareció; pero ella era una mujer de recursos y de inmediato fue a pedir consejo a los abogados que informaran a John Hay acerca de su herencia de oro. Todavía quedaban muchos soberanos, y había otro Hay que deseaba gastarlos en cosas más razonables que billetes de tren o pasajes de barco.
El caso fue largo, porque cuando un hombre está literalmente en camino, tras su preciada vida, no se detiene en la ruta. John Hay volvió de nuevo a recorrer el mundo, y en su periplo alcanzó en Madrás al cansado doctor que había sido enviado en su busca. Y fue allí donde encontró la recompensa a sus trabajos y la certidumbre de una bendita inmortalidad. En media hora, el doctor, sin dejar de observar los labios resecos, las manos temblorosas y aquella mirada que se volvía eternamente hacia el este, convenció a John Hay de que descansara en una casita cercana a la playa de Madrás. Todo lo que tenía que hacer era colgarse del techo de la habitación mediante unas cuerdas y dejar que la tierra redonda diera vueltas en libertad, bajo su persona. Esto era mejor que el barco o el tren, porque ganaba un día al día, y se hacía así semejante al sol inmortal. El otro Hay pagaría sus gastos a lo largo de toda la eternidad.
Es cierto que todavía no podemos disponer de billetes Calais-Hong Kong, aunque podamos hacerlo dentro de quince años, pero hay hombres que dicen que si uno se pasea por la costa sur de la India, se encuentra, en un pequeño bungaló encalado y limpio, sentado en una silla colgada del techo, sobre una lámina de delgado acero que, como él sabe muy bien, destruye la atracción de la tierra, a un hombre viejo y consumido, con el rostro vuelto siempre al sol naciente, y un cronómetro en la mano, corriendo contra la eternidad. No puede beber, no fuma, y sus gastos ascienden, quizá, a unas veinticinco rupias al mes, pero es John Hay, el Inmortal. En el exterior, oye estruendo del mundo, que gira, con el que, explica cuidado, no tiene relación alguna; pero si le dices que solo se trata del ruido de las olas, llorará con amargura, porque la sombra de su cerebro va muriendo a medida que su mente deja de funcionar, y, a veces duda de que el doctor dijera la verdad.
-¿Por qué el sol no está siempre sobre mi cabeza? pregunta John Hay.
FIN

Tomado de: http://ciudadseva.com/texto/el-judio-errante/

Tarea grado 7°: 
1. Elabore el resumen del cuento "El Judío errante" y del video "kerity, la casa de los cuentos. 
2. Anote los elementos de la narración que aparecen en cada una. 
3. Describa el inicio, el nudo y desenlace de las historias. 
4. ¿Cuál es el tema de los relatos anteriores? 

Fecha límite de entrega: 
24 de Marzo 


Leyendas Urbanas del siglo XX

Español Grado 6° 2017 


El Bobo del Tranvía

El bobo del tranvía, es un personaje que hizo Historia en el barrio La Candelaria hace unos años, se llamaba Antoñin, nació en Bogotá en 1914 proveniente de una familia humilde.
Se hizo celebre ya que tenía una hermana muy hermosa a la que cuidaba celosamente,ella ante la sobreprotección de su hermano se ingenio la manera de alejarlo par que sus pretendientes no salieran despavoridos ante la presencia de su hermano bobo. Le compraba colaciones y galletas que le fascinaban, y ella le decía que la cuidara por fuera del tranvía.


Antoñín, en el momento en que su hermana subía al tranvía corría al pie de este, hasta llegar al colegio donde ella estudiaba. Luego se devolvía otra vez corriendo al lado del tranvía hasta llegar a la casa, y así todos los días, hasta que un día la hermana se voló con un desconocido galán. Antoñín no soportó esto; no quiso volver a la casa y se enloqueció.

Aunque era bobo, vivía muy feliz con sus actos, fue llamado por un grupo de estudiantes Jefe Supremo de la Circulación y del Tránsito, ya que este se creía policía vestía un uniforme militar, kepis, guantes blancos (muy sucios) y llevaba un palo. 



La Loca Margarita

La Loca Margarita era una viejita que deambulaba por las calles de Chapinero y el Centro en la Bogotá de los años 30 y 40, gritando vivas al Partido Liberal y vistiéndose de rojo para hacer notar el amor a su partido político. Por otra parte, no perdía oportunidad para gritar y maldecir en contra del Partido Conservador.
A pesar de su demencia, la Loca Margarita era una persona muy querida en Bogotá, pues no era violenta ni peligrosa. De hecho, se las arreglaba para ayudar a personas necesitadas de pan o habitación, pues tenía una casa sobre la Calle Cuarta en donde alojaba a prostitutas, pordioseros y demás parias de la estricta y ricachona sociedad bogotana de antes del Bogotazo.
Se dice que no era natural de Bogotá sino originaria de Fusagasugá, donde era profesora de Colegio y esposa de un soldado que peleó al lado del General Uribe Uribe. También se dice que la razón de su locura fue la muerte de su hijo en manos de los conservadores. Murió de 82 años en Bogotá en 1942.
La Loca Margarita sirvió como inspiración a muchos cuentos y relatos en las cuales tiene breves apariciones como:
Entonces, apechuga con el dolor de lo imposible. Vivirás lamiéndote la herida, tragándote las lunas insomnes, yéndote de tus pensamientos sin irte, viendo sin mirar, viviendo prisionero entre las sombras. ¿Qué te crees tú?— Margarita miró a Joan y continuó: —antes de ser loca, fui enamorada. Aprendí a atravesar la noche con suspiros, puñales de vacío. Me enamoré del que no debía, y empezó a rondarme la locura, hasta instalarse dentro. Ahora soy feliz. He comprobado que en este mundo de diferencias, cuanto más loco, más cuerdo estás. Hazme caso: aprende a vivir con lo que eres. Separa el deseo de la intención.Joan no pudo seguir hablando. No entendía lo que aquella mujer, que de repente había comenzado a lanzar consignas contra el partido conservador, le  había dicho."




El Doctor Arias  

Eduardo Arias Jiménez, "El Doctor Arias", o "El Loco Arias", como le conocía todo el mundo, fue uno de los personajes más pintorescos e interesantes del viejo Bogotá. A raíz de su muerte, apareció en el número 176 de "El Gráfico", correspondiente al 21 de marzo de 1914, una efusiva estampa necrológica firmada por "Mirabel" (Alberto Sánchez) e ilustrada con "Dos fotografías del célebre doctor Arias, tomadas durante sus discursos callejeros", según reza la leyenda impresa al pie de ellas. Algunos párrafos del artículo de "Mirabel" trazan la silueta aproximada del singular individuo.
"No ha existido personaje más popular en esta villa. Ni más simpático. Su popularidad nació con su locura, y esta era muy antigua" . . . "En una votación para decidir quién fuera el documento humano de mayor simpatía entre cuantos ambulan por estas calles, muy probablemente habría tenido el loco a favor suyo la inmensidad de sufragios. No puedo hacerle mejer alabanza" . . . ". . .había sido universitario de provecho, pero le desadaptó para el estudio su desvió mental, y después la miseria lo destornilló más en forma. Como huella de su estudiosa juventud le quedó el amor a los libros; y a través de la infortunada existencia que le tocó sobrellevar, lo utilizó como elemento de trabajo para conseguir su pan de cada día. Y cómo adjetivaba para ponderar algún desmonetizado autor de algún librejo de cantos dorados! Era frecuente oírle decir: -Esta obra castiza y prodigiosa, de sublimes ideas, de metafísica incontrovertible, treinta centavos; tenga usted presente que la metafísica es tan indispensable como la escalera de la casa, y por treinta centavos. . . Pero muchas veces nada vendía, y entonces era cuando le veíamos pasar cabizbajo, con el sombrero caído sobre los anteojos; entonces era cuando se acercaba confidencialmente a decir: -El público está impenetrable a la metafísica; présteme usted veinte centavos" . . . "Arias tenía privilegio exclusivo para perorar con éxito en la calle. Al hacerlo, paseaba con precipitación, dirigiéndose a todos los transeúntes y a ninguno. De aquí o de fuera, cualquier acontecimiento sensacional determinaba en él una exaltación de nervios que le hacía declamar sus locos y celebrados pensamientos".
En marzo de 1907, con el título de "El Doctor Arias", había publicado Arturo Manrique un magnífico artículo-reportaje en la revista "Bogotá Ilustrado". Vale la pena transcribir la estampa física del entrevistado y la respuesta a una de las preguntas hechas por el cronista:
"Allá va: es el mismo de siempre, con sus lentes acordonados; su chistera de huevo frito metida hasta las orejas; su gabán descuadrado, con los bolsillos hartos de papeles, y el terciopelo del cuello pelado como el lomo de una mula de carga; su alto pantalón deja al descubierto los lustrosos broches de unos zapatos fuertes que piden al cielo misericordia por lo mucho que tienen que castigar a los pavimentos: zapatos arqueados, cuero tostado al sol, que va tomando la forma de media luna. Bajo el brazo lleva sus libros: siempre los volúmenes de carátulas opacas que se hallaban polvorientos y dormidos, quizás vírgenes, en la biblioteca de algún refinado lector, que tuvo muchos volúmenes y nunca supo que decían, dejándolos luego para vender en pública subasta". . .
"La buena comida es mi aliciente. Por ser delicado de paladar me resigno a comerciar con el talento legajado y empastado en volúmenes diversos. Vea usted: he dado a 'María' por un 'beefsteack' y después he cantado a Isaacs, pidiendole perdón. Cuando como bien, me siento bien y pruebo al mundo que soy el más cuerdo de los hombres".
Para completar el cuadro anterior, se puede agregar que había nacido de familia santandereana el año de 1853, en Bogotá -en cuyo antiguo Colegio de San Bartolomé se educó-, y que comenzaba sus peroratas callejeras así:
"Señores: aquí tenéis a Eduardo, hijo del que en vida fué Bruno Arias, y que ahora está gozando de su 'Nacofjunta' en el seno de 'Teotl', más allá de la muerte".
"La Tienda de Antigüedades", subtitulada "Novela original", según se lee en la cubierta, comprende las siguientes partes: "Uno de los secretos romanos", "Gran tijeretazo", "Una de las treinta monedas", "Mercancías generales", "Clandestinidades", "Primeras colisiones en masa"; "A París!" y "Catorce túnicas de César". Se inicia con el retrato del autor, grabado en madera. Es, en general, una sátira muy graciosa contra los vendedores -y compradores frenéticos- de antigüedades. Los señores Pitt, Hijo & Compañía de Londres, son, hacia fines del siglo XVIII los dueños de una famosa tienda de cosas viejas, especializada en el "comercio, producción y circulación de antigüedades apócrifas, de condiciones cosmopolíticas" que, en el relato de Arias, vende a clientes muy distinguidos de la época objetos tan extraordinarios como una astilla de la sede de San Pedro, un retazo de la túnica de Cristo, una de las monedas de Judas, varios pedazos de las vestiduras de César, la cota de malla del Cid, una cuña de Confucio, un estribo de Mahoma, un clavo del arca de Noé, el cetro de Bochica, un eslabón de las cadenas de Promoteo, cabellos de Abelardo y Heloísa, un pincel de Ticiano, el báculo de Homero, plumas de Hipogrifo, cerdas de la burra de Balaam y de la yegua del Profeta, la primera edición de los LXX, un anzuelo de Neptuno, la flauta de Pan, botellas con agua de la Fuente de la Juventud, pedacitos de personajes "antiguos, muy antiguos y antiquísimos", etc., etc. Todo acabado de fabricar y auténtico. La narración que comienza el primero de mayo de 1781 con una entrevista muy romana entre el Cardenal Alabani y un amigo suyo, culmina en 1789 con el descubrimiento de las patrañas de los anticuarios, porque en un banquete, en el Hotel Continental de Londres, al cual asistían 36 coleccionistas, cada uno de ellos resultó con una de las 30 monedas de Judas, y en Florencia, más de 400 aficionados aparecieron como dueños de amplios pedazos de la túnica de Julio César, que sumados, darían material para confeccionar otras 13 de igual tamaño. El final, aunque propio de la mente desorbitada que concibió lo demás, es muy cómico y verosímil: los anticuarios desaparecen y la hipocresía británica, para salvar el honor insular, los señala como franceses protegidos de Luis XVI que han huído a su país, y que se hallan escondidos en La Bastilla, a donde la mechudembre, apoyada por todos los anticuarios de buena fe, habrá de castigarlos con fuego el 14 de julio. Pero ellos, al cabo de un tiempo, se hallan de nuevo instalados en la capital inglesa, con la protección del Rey -como antes-, en otro barrio, bajo la siguiente razón comercial: "Johnson, Sobrino & Compañía, Arqueólogos".
Arias Jiménez escribió, también, otras cosas: "Viaje a Yeguas", en tres entregas, la primera de las cuales fue publicada en 1891 por la Imprenta de Torres Amaya; un folleto de 1893 que incluye "Las dinastías chinas" (Hipótesis histórico-novelescas), "Lluvia tempestuosa" (drama), y "Pentecostés" (mitin semi-mitológico), impreso en 1912. En 1903 dirigió y redactó el periódico "El Quijote".
 
 Sobre Arias Jiménez puede consultarse, además, un artículo de Gustavo Otero Muñoz publicado en "El Tiempo" el 16 de diciembre de 1944 y reproducido con algunas variantes en el Nº 365-66 del "Boletín de Historia y Antigüedades" (reseña sobre "Los locos de Bogotá"), correspondiente a  marzo y abril de 1945. Aparte de versos (sobre la teoría de Darwin aplicada al origen de los ángeles), anécdotas y ocurrencias de Arias, se registra allí el comentario de sus principales publicaciones.





Tomado de:  http://www.banrepcultural.org/node/23330 

 Tomado de: http://analkan.blogspot.com/2011/04/pomponio.html 


Tarea Grado 6°: 
Presentar en una hoja de examen el resumen de las leyendas urbanas del siglo XX. Además debe averiguar otra leyenda urbana que no aparezca en la página blog. 

Fecha de Entrega: 
Marzo 24